En tiempos donde la política se ha convertido en espectáculo y las redes sociales han amplificado voces sin escrutinio, hay una tendencia alarmante: la autoasignación de autoridad basada en vínculos superficiales con estructuras de poder. No es raro encontrar personas que, por tener un familiar empleado en una agencia federal o por “conocer a alguien que conoce a alguien”, se presentan como expertos en seguridad nacional, diplomacia, política pública o política exterior. Alegan tener “fuentes confiables” en el Congreso o en el Departamento de Defensa, y, en ocasiones, afirman con pasmosa seguridad conocer los entresijos de decisiones clasificadas o la motivación estratégica detrás de complejas maniobras de poder. Esto no solo es intelectualmente deshonesto, sino peligrosamente irresponsable.
La realidad es que el acceso a información privilegiada, capacidad de influencia o credibilidad dentro de las estructuras de poder, especialmente en áreas sensibles como la seguridad nacional, defensa o diplomacia, no se hereda, no se improvisa y, mucho menos, se obtiene por osmosis. Se cultiva. Y se cultiva con tiempo, reputación, rigor profesional y resultados verificables.
Las conexiones genuinas en las agencias gubernamentales son el fruto de trayectorias profesionales sostenidas. Requieren años de servicio, cumplimiento ético, formación académica sólida y una red de confianza que no se construye con “likes” ni con fotos con políticos. Como bien señala el politólogo y exasesor de Seguridad Nacional Zbigniew Brzezinski, “el acceso se da cuando quienes ostentan el poder confían en tu integridad, competencia y discreción”.
En estas esferas, el capital reputacional sustituye al capital político inmediato. El General James Mattis, por ejemplo, no alcanzó una posición de respeto en el Departamento de Defensa por tener amigos influyentes. Fue su historial como comandante del U.S. Central Command, su rigurosa preparación en estrategia militar y su credibilidad moral lo que lo convirtieron en un interlocutor confiable tanto para civiles como para militares. Del mismo modo, diplomáticos de carrera como George Kennan o Madeleine Albright no se movían en círculos de poder simplemente por conexiones sociales, sino porque sus opiniones estaban respaldadas por experiencia, análisis y resultados.
De igual forma, en el Congreso de los Estados Unidos, no basta con conocer a un congresista o haber trabajado como asistente legislativo para tener acceso a información de alto nivel. Es el récord de confiabilidad y conocimiento profundo de los procesos internos lo que convierte a ciertos individuos en “fuentes confiables”. En muchos casos, quienes verdaderamente poseen esa información rara vez la comparten abiertamente, por razones éticas, legales y de seguridad.
La proliferación de comentarios del tipo “me lo dijo una fuente muy cercana al Departamento de Estado” o “mi primo trabaja en Homeland Security y me confirmó que…” debe ser mirada con escepticismo crítico. Estas aseveraciones no solo carecen de rigor, sino que trivializan la seriedad del acceso a información clasificada o sensible. Afirmaciones así muchas veces revelan más sobre la necesidad del hablante de sentirse importante que sobre la información misma.
El periodista Bob Woodward, cuyas fuentes jugaron un rol clave en el caso Watergate, desarrolló confianza con figuras de alto nivel durante años, y, aun así, jamás se apoyó únicamente en una fuente anónima para publicar información de peso sin corroboración. Esta es la diferencia entre periodismo serio y manipulación narrativa.
Hay tres caminos legítimos por los cuales se accede a redes de influencia e información confiable dentro del aparato estatal:
- Servicio institucional de carrera: Aquellos que han ocupado posiciones estratégicas en agencias de inteligencia, defensa o diplomacia. Por ejemplo, Henry Kissinger no solo fue un académico influyente, sino que sirvió como Asesor de Seguridad Nacional y secretario de Estado, forjando alianzas duraderas con líderes internacionales.
- Consultoría y asesoría especializada: Algunos expertos logran convertirse en referentes por su capacidad analítica, como lo fue Richard Pipes en temas soviéticos o Anne-Marie Slaughter en relaciones internacionales. Su acceso no vino por política partidista, sino por solvencia académica y claridad estratégica.
- Interfaz institucional no gubernamental: Hay quienes logran acceso por medio de centros de pensamiento (think tanks), ONG estratégicas o instituciones académicas influyentes. El Hudson Institute, The Heritage Foundation, el Council on Foreign Relations o la Brookings Institution son ejemplos de espacios donde se teje influencia real, con base en mérito y formación.
Otra lección fundamental es que el acceso requiere integridad personal. La información sensible, las relaciones diplomáticas y los canales informales de comunicación no se confían a personas frívolas, chismosas o necesitadas de protagonismo. Las alianzas profundas se nutren de la discreción. Una traición de confianza, una filtración indebida o una exageración con fines personales puede cerrar puertas por décadas. En palabras del embajador George F. Kennan: “La confianza es el elemento invisible más importante en la política exterior. Su ausencia se siente más que su presencia”.
Muchos desconocen que, en ambientes como el Pentágono, el Departamento de Estado o la Agencia de Seguridad Nacional, tu currículum vitae es escaneado en términos de clearance, experiencias verificadas y publicaciones o resultados concretos. No se trata solo de a quién conoces, sino de qué has hecho, dónde lo hiciste, con qué resultados y bajo qué código de conducta.
Un ejemplo reciente es Fiona Hill, experta en Rusia, quien fue convocada para testificar ante el Congreso no por conexiones personales, sino por décadas de estudio, publicaciones serias y participación en misiones diplomáticas. Su palabra tuvo peso no por afinidad política, sino por credibilidad profesional.
El espejismo del acceso en la política puertorriqueña
En Puerto Rico, esta distorsión de la autoridad es aún más aguda. Basta con observar la proliferación de figuras que, sin trayectoria verificable en los círculos de poder federal o sin experiencia en temas de defensa, diplomacia o gobernanza estratégica, se autoproclaman “analistas”, “expertos” o “portavoces” de sectores conservadores, militares o diplomáticos. Algunos incluso aseguran tener vínculos con el Departamento de Defensa, el Congreso o el Departamento de Estado, simplemente porque un familiar fue militar, porque conocieron a alguien en una actividad partidista, o porque alguna vez conversaron con un exfuncionario estadounidense.
Uno de los casos más recurrentes que hemos analizado en los últimos meses es el uso del “discurso de insider” para validar posturas ideológicas o aspiraciones personales. No son pocos los que, sin historial de servicio ni conocimiento institucional, afirman tener fuentes dentro de agencias federales o acceso a “información clasificada”. Esta estrategia retórica tiene como único propósito impresionar a una audiencia que muchas veces desconoce los filtros reales que determinan el acceso a ese tipo de información.
Tomemos, por ejemplo, la discusión reciente en torno a nombramientos como el del General Arthur Garffer como secretario de Estado. Algunas voces se han apresurado a deslegitimar su designación con argumentos legalistas endebles o presunciones sobre su falta de “residencia efectiva”, sin entender ni el trasfondo constitucional del cargo ni la doctrina de presunción de legitimidad del Ejecutivo. En medio del debate, figuras sin preparación jurídica ni formación en administración pública se arrogan autoridad simplemente por haber trabajado “cerca” de algún organismo o por tener amistades en el gobierno.
Asimismo, hemos visto cómo sectores conservadores y religiosos en la Isla, algunos con agendas válidas, han sido secuestrados por individuos sin preparación, que usan el púlpito, la radio o las redes sociales como si fuesen plataformas oficiales de inteligencia o análisis legislativo. Se repite la fórmula: tengo una fuente, tengo un primo, conozco a alguien, y, por tanto, “lo sé”. Esa es una falacia ad verecundiam revestida de sentimentalismo eclesial o falsa familiaridad institucional.
Más preocupante aún es la politización de las conexiones. Como analizamos en el caso del Partido Proyecto Dignidad, algunos de sus líderes locales y simpatizantes han pretendido ostentar influencia en la política nacional estadounidense, en organismos internacionales y hasta en el Congreso, cuando en realidad no poseen más que una afiliación simbólica con ideales o contactos de tercera línea. Esta desconexión entre realidad y narrativa ha alimentado discursos mesiánicos, victimistas o conspirativos que erosionan la credibilidad de posturas conservadoras serias.
La legitimidad en estos temas no se construye con camisetas, slogans o relaciones incidentales, sino con años de servicio, publicaciones, debates, formación, y exposición real a los procesos de gobernanza. El que alguien haya tenido acceso a una base militar, haya sido empleado federal de bajo nivel o conozca a un ayudante legislativo no le otorga, ni por asomo, autoridad para hablar sobre geopolítica, doctrina militar, ni estrategia nacional.
También vale decirlo con la transparencia que la integridad exige: quien escribe estas líneas no lo hace desde una torre de marfil ni con afán de protagonismo. Me ha tomado más de 37 años construir las conexiones, el criterio y la disciplina necesarias para hablar con propiedad sobre estos temas. He tenido el privilegio de servir en el ámbito de defensa e inteligencia de los Estados Unidos, de ser confirmado dos veces por el Senado federal, y de comandar tropas en unidades de operaciones especiales con responsabilidad directa sobre la seguridad nacional. A eso se suma mi trayectoria como educador, con tenure académico, impartiendo cátedra en universidades de prestigio no por a quién conozco, sino por la reputación que me precede. No es esta una carta de autoelogio, sino una nota de contexto para subrayar lo que aquí he sostenido: el verdadero acceso y la autoridad moral para opinar en asuntos estratégicos no provienen del ruido, sino de la trayectoria, del sacrificio silencioso, del servicio honesto y del respeto ganado con el tiempo. Hablo como ciudadano comprometido, no como iluminado; como patriota, no como figura decorativa.
En resumen, el ecosistema político puertorriqueño necesita con urgencia una purificación de su narrativa de “acceso”. Debe dejar atrás el culto al contacto incidental y aspirar al mérito verdadero. Como hemos repetido en múltiples foros: no basta con decir que se tiene un familiar en Washington o una fuente anónima en una agencia. El verdadero acceso es, como todo en la vida pública seria, fruto del sacrificio, la preparación y la credibilidad ganada.
En tiempos donde la línea entre análisis y especulación se ha vuelto borrosa, es imperativo que rescatemos el valor de la trayectoria, el rigor y la seriedad. Las verdaderas fuentes de poder no están en la fanfarronería pública, sino en el respeto silencioso que otorgan años de trabajo, servicio y sacrificio.
Decir que se tiene un primo, amigo o contacto en el gobierno no convierte a nadie en conocedor de política de defensa o diplomacia. Tener acceso real exige algo mucho más difícil de adquirir que un contacto: una vida entera de formación, sacrificio, lealtad y credibilidad.
En este nuevo ecosistema de información inflada y credenciales improvisadas, debemos recordar lo que alguna vez advirtió Edmund Burke:
“El único requisito para que el mal triunfe es que los hombres buenos no hagan nada.” A eso agregaría: o que hablen sin saber.

Daniel Marte, PhD
Daniel Marte es un reconocido académico y profesional con una destacada trayectoria en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales. Obtuvo su doctorado (Ph.D.) en la prestigiosa Universidad de Georgetown en Washington, D.C., y cuenta con dos maestrías: una en Administración Pública (M.P.A.) y otra en Administración de Empresas (M.B.A.) de la misma institución. Además, posee una Maestría en Sistemas de Información (M.I.S.) y un Bachillerato en Administración (B.B.A.) de la Universidad de Maryland, College Park.
A lo largo de su carrera, Daniel ha enriquecido su formación académica con certificados ministeriales de instituciones reconocidas, como las Asambleas de Dios, Berean School of the Bible y Global University. Actualmente, se desempeña como profesor en línea en la McCourt School of Public Policy de Georgetown University y el Departamento de Política de NYU-Wilf Family, donde imparte cursos especializados en Ciencias Políticas, Política Internacional y Política en el Medio Oriente.
La pasión de Daniel por la enseñanza se complementa con su dedicación a la investigación y la escritura. Es autor de un libro basado en su tesis doctoral, utilizado como texto de referencia en destacadas universidades de los Estados Unidos, como la National Defense University, National War College, Army War College, American University y la Ford School of Public Policy de la Universidad de Michigan, Ann Arbor.
Con más de 35 años de experiencia combinada en las fuerzas armadas y el Departamento de Estado de los Estados Unidos, Daniel ha trabajado en seguridad nacional e inteligencia, además de servir como asesor para los comités de inteligencia y defensa del Congreso de los Estados Unidos, abarcando tanto la Cámara de Representantes como el Senado.
Elizabeth Marte
Elizabeth, esposa de Daniel, es una destacada profesional de la salud con una sólida carrera en enfermería. Obtuvo su Bachillerato en Ciencias de la Enfermería (BSN) en la Universidad Interamericana de Puerto Rico y ha acumulado una vasta experiencia como enfermera registrada (RN) en hospitales y centros de diálisis. Actualmente, se encuentra en el proceso de comenzar sus estudios doctorales en Psicología Clínica (PsyD.) en la Universidad Albizu.
Compromiso con la comunidad y la fe
Daniel y Elizabeth son miembros activos de la Iglesia Movimiento Avivamiento Mundial (M.A.M.) en el Barrio Guerrero de Isabela, Puerto Rico, donde colaboran bajo la guía del Pastor Gabito Rodríguez. Su participación en esta comunidad de fe refleja su dedicación a integrar la espiritualidad y el servicio en todas las facetas de sus vidas, fortaleciendo tanto su compromiso académico como su ministerio.