“Cristo no necesita un partido político para establecer su Reino. Lo que necesita es una iglesia fiel, humilde, profética y valiente. Esa es la lección que Puerto Rico no puede darse el lujo de ignorar.”
Nota del autor
Este análisis no pretende atacar ni menospreciar a personas en particular, sino ofrecer una reflexión crítica desde la óptica de la ciencia política, la fe cristiana y la experiencia en el servicio público. Lo escribo desde mi formación como profesor de Política y Políticas Públicas, y como asesor de gobiernos con más de 35 años de experiencia, con el propósito de aportar a un diálogo serio y responsable sobre la relación entre fe, poder y democracia en Puerto Rico.
Al mismo tiempo, lo presento como creyente en Jesucristo, no con espíritu de juicio ni condena, sino como exhortación fraterna. La Palabra de Dios nos llama a examinarlo todo y retener lo bueno (1 Tesalonicenses 5:21). Señalar errores no significa perder el amor, sino procurar la verdad que nos hace libres (Juan 8:32). Mi oración es que este escrito edifique, despierte conciencia y nos motive a caminar con mayor humildad e integridad delante del Señor en todo ámbito, incluyendo la política.
Introducción
En los últimos días, varias figuras prominentes del Partido Proyecto Dignidad, ex-secretarios, ex-tesoreros, ex-candidatos, han hecho pública su renuncia, pidiendo incluso que su nombre no sea asociado con el partido. Para quienes creyeron en este movimiento como una alternativa política distinta, el golpe ha sido duro. Para quienes lo miraron con escepticismo desde el inicio, se confirma lo que advirtieron: un proyecto que quiso nacer con un ropaje de moralidad, pero cuya praxis lo traicionó.
La pregunta que subyace en este análisis es profundamente teológica: ¿puede un movimiento político tener una raíz divina? Y si respondemos que sí, surge inmediatamente otra interrogante: ¿por qué fracasó? La Biblia no es ajena a estas discusiones, porque como Palabra de Dios ilumina toda realidad humana, incluida la política.
Este artículo examina el caso de Proyecto Dignidad a la luz de la Escritura, de la historia, y de la experiencia de fe. No pretende atacar, sino ofrecer una lectura honesta y teológica de un fenómeno que, aunque breve, dejó huellas en la discusión política y eclesial de Puerto Rico.
Raíz divina o voluntad humana
El apóstol Pablo afirma: “No hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas” (Romanos 13:1). Sin embargo, que algo exista no significa que cuente con la aprobación plena de Dios. Israel pidió un rey para ser como las demás naciones, y Dios les concedió a Saúl, advirtiéndoles que sufrirían las consecuencias (1 Samuel 8:6-22).
La lección es clara: un proyecto político puede presentarse como respuesta divina, pero ser en realidad el resultado de la presión del pueblo, del deseo de poder o de la manipulación de líderes. En palabras de Blaise Pascal: “El hombre nunca hace el mal tan completamente y con tanto entusiasmo como cuando lo hace por convicción religiosa.”
El corazón como origen del colapso
Las renuncias actuales en Proyecto Dignidad no son el problema central; son apenas el síntoma. El diagnóstico verdadero está en el corazón. Jeremías lo expresó con dureza: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9).
Un partido puede escribir documentos impecables, proclamar valores cristianos y citar versículos en su propaganda. Pero si en el corazón de sus líderes anidan el orgullo, la ambición y el doble discurso, el fracaso es cuestión de tiempo. Como dijo Jesús: “Del corazón salen los malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios y blasfemias” (Mateo 15:19). El corazón enfermo corrompe toda la estructura.
Partido no es iglesia, iglesia no es partido
Uno de los errores fundamentales de Proyecto Dignidad fue confundir la misión de la iglesia con los objetivos de un partido. La iglesia está llamada a ser sal y luz, a denunciar la injusticia y a proclamar el evangelio (Mateo 5:13-16). El partido político, en cambio, busca conquistar votos, negociar poder y administrar estructuras estatales.
Cuando estas fronteras se diluyen, se repite el error de los fariseos: convertir la fe en instrumento de poder. Jesús advirtió: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22:21). Y Alexis de Tocqueville, observador sagaz de la política, sentenció: “La religión es más poderosa cuando no se mezcla con el poder político.”
El nombre “Dignidad” y su contradicción
“Dignidad” significa valor intrínseco, ser merecedor de respeto. Pero esa cualidad comienza con el ejemplo del liderazgo. Pablo lo describe así: “Es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, decoroso, hospedador, apto para enseñar” (1 Timoteo 3:2).
Cuando líderes practican una cosa en privado y predican otra en público, la palabra “Dignidad” se convierte en ironía. Séneca lo expresó con aguda precisión: “La palabra convence, pero el ejemplo arrastra.” El ejemplo que arrastró a muchos dentro de este movimiento fue hacia la incredulidad y la decepción.
El error de los “profetas del sí”
Toda organización necesita consejeros sabios. Salomón afirmó: “Donde no hay dirección sabia, caerá el pueblo; mas en la multitud de consejeros hay seguridad” (Proverbios 11:14). Sin embargo, Proyecto Dignidad, en lugar de abrirse a voces críticas, se rodeó de aduladores.
La historia bíblica de Roboam lo ilustra perfectamente: al rechazar el consejo de los ancianos y escuchar a los jóvenes que lo halagaban, provocó la división del reino (1 Reyes 12:8-16). De igual manera, este partido desechó consejos prudentes y prefirió recetas de la vieja política con un nuevo empaque religioso. El resultado fue división y debilitamiento.
Ego y ambición disfrazados de misión
Ser político no es carrera; servir al pueblo sí lo es. Jesús enseñó a redefinir el liderazgo: “El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor” (Mateo 20:26).
Pero el ego, la necesidad de reconocimiento y la sed de protagonismo envolvieron a muchos. Lord Acton lo advirtió con sobriedad: “El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente.” La obsesión por ser “la cara del cambio” terminó eclipsando el cambio mismo.
Orden, democracia y la voz silenciada
La democracia vive del disenso. Silenciar voces críticas, como ocurrió dentro de PD, fue un error fatal. Pablo no dudó en confrontar a Pedro públicamente en Antioquía cuando lo vio actuar con hipocresía (Gálatas 2:11-14). Esa corrección preservó la verdad del evangelio.
Un partido que se proclama defensor de valores, pero censura a sus propios miembros, se convierte en caricatura de lo que predica. George Orwell escribió: “En una época de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario.” El problema fue que dentro del partido se castigó más al que decía la verdad que al que la ocultaba.
Orgullo y falta de humildad
El orgullo es la antesala de la caída. Saúl perdió el favor de Dios no solo por desobedecer, sino por justificar su pecado y no reconocer su error (1 Samuel 15:22-24). Proverbios lo resume así: “Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu” (Proverbios 16:18).
En Proyecto Dignidad, líderes que se creyeron indispensables olvidaron que todo poder es transitorio. Cicerón lo expresó: “El mayor error de un político es creerse indispensable.” Ese error se repitió con consecuencias devastadoras.
No por falta de advertencias
Oseas clamaba: “Mi pueblo fue destruido porque le faltó conocimiento” (Oseas 4:6). No porque faltara consejo, advertencias o voces proféticas. El problema fue la sordera selectiva. Como Israel en tiempos de Jeremías, se prefirió escuchar a los falsos profetas que prometían paz cuando venía destrucción (Jeremías 6:14).
Muchos dentro y fuera del partido alzaron su voz con prudencia, pero fueron tachados de enemigos. El precio de esa soberbia lo paga hoy la institución, debilitada y perdiendo credibilidad ante el pueblo.
Conclusión: ¿Espejo para la Iglesia y la sociedad?
El análisis de Proyecto Dignidad muestra múltiples causas secundarias, pero una raíz principal: la corrupción del corazón y la falta de visión.
Esto nos deja una pregunta que trasciende a un partido específico: ¿estamos, como iglesia y como ciudadanos, dispuestos a aprender? La tentación de usar el evangelio como bandera política siempre será fuerte. Pero la enseñanza bíblica es clara: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia” (Mateo 6:33).
Si confundimos el Reino de Dios con la política, terminaremos con partidos que llevan nombres sagrados, pero producen frutos amargos. Como dijo Jesús: “Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:20).
El fracaso de Proyecto Dignidad no es solo una lección política. Es un espejo que nos recuerda que sin humildad, sin integridad y sin visión de servicio, todo proyecto, aunque lleve un nombre santo, está condenado a fracasar.
Palabras finales
El escritor cristiano Oswald Chambers advirtió: “La prueba de nuestra espiritualidad es la realidad, no la ilusión.” Proyecto Dignidad prometió una ilusión de pureza política, pero la realidad mostró otra cosa.
La iglesia haría bien en no repetir el error: Cristo no necesita un partido político para establecer su Reino. Lo que necesita es una iglesia fiel, humilde, profética y valiente. Esa es la lección que Puerto Rico no puede darse el lujo de ignorar.
¡Interesante! Antes de que todo se plasmara, me reuní con quien llevaba una voz cantante y le hablé del espíritu de Barrabás. Ya estaban demasiado entusiasmados con la idea de formar un partido. Coincido con muchas de sus observaciones.
Excelente!!!!
DLB. Saludos apreciado y estimado hermano Daniel., concurro con su ponencia, excelente., Pastor H. Calero, Un fuerte abrazo..