El reciente anuncio de que la residencia de Bad Bunny en el Coliseo de Puerto Rico dejó un impacto económico de 713 millones de dólares ha sido celebrado como un hito histórico. No hay duda de que este tipo de eventos dinamizan la economía, generan empleos, impulsan el turismo y colocan a la isla en el mapa cultural internacional. Sin embargo, surge una pregunta incómoda pero necesaria: ¿cuál fue el impacto moral de este mismo evento en nuestra sociedad?
En los últimos días hemos visto campañas mediáticas denunciando discursos de odio, llamando a la tolerancia y a la unidad. Pero parece que cuando se trata de la música y el entretenimiento, hacemos una excepción. Pregunto: ¿es la música neutra? ¿Podemos separar el “show” de los valores que promueve? ¿O nos estamos convenciendo de que, mientras la economía crezca, lo demás no importa? Esa es la llamada economía moral, el estado de salud espiritual y ética de nuestra sociedad.
Sí, los 713 millones son impresionantes. Pero ¿cuánto de ese dinero se tradujo en familias más unidas, en jóvenes inspirados para construir un futuro íntegro, en menos violencia en las calles? Si no hacemos estas preguntas, estamos celebrando únicamente el movimiento de caja, no el progreso real de la nación.
Como conservador y cristiano, yo no apoyo nada de lo que hace Bad Bunny, aunque respeto que los que así lo deseen lo sigan. Para mí es más importante ser pobre pero honrado (y no estoy infiriendo nada sobre el conejo, es algo que mi abuelo decia), íntegro y con una formación donde los valores rijan la vida, que promocionar aquello que denigra a la mujer, promueve la violencia, la sexualidad sin límites y todo lo que no exalta de alguna manera el nombre de Dios.
La Biblia nos advierte: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?” (Marcos 8:36). No se trata de censurar el arte, sino de cuestionar qué es lo que consumimos y cómo eso moldea nuestra cultura. Si aplaudimos la bonanza económica sin examinar el mensaje moral, nos volvemos cómplices de una generación que baila mientras su conciencia se adormece.
Pelota Dura lanzó la campaña “¿Y los padres dónde están?” como un llamado legítimo a reflexionar sobre la crisis de valores. Pero la pregunta se queda corta si no incluimos a los que moldean la mente de nuestros hijos a través de la música, el cine y las redes sociales. Hacemos campañas para señalar la ausencia de los padres, pero ¿nos atrevemos a señalar la ausencia de un estándar moral en el entretenimiento?
¿De qué sirve subir posts con frases como “nadie nos va a detener” si en la práctica nos callamos frente a lo que realmente corrompe a la sociedad? No es suficiente “montarnos en la ola de la tragedia” para ganar likes o compartir frases que suenan bien. La verdadera valentía consiste en decir la verdad aun cuando cueste reputación, seguidores e incluso amistades.
Si de verdad queremos cambiar el rumbo de Puerto Rico, no podemos medir el éxito solo en dólares y centavos. Debemos medirlo en carácter, en familias restauradas, en jóvenes que eligen vida sobre violencia, en cultura que inspira esperanza en lugar de cinismo. La economía moral debe importarnos tanto o más que la economía financiera.
Así que sí, si quieren hacerlo celebren los millones que entraron a la isla. Pero también preguntemos: ¿cuál es la factura que nos pasará la historia por ignorar el efecto que estos mensajes tienen en nuestra juventud? Si no lo hacemos, habremos vendido nuestra primogenitura cultural por un plato de lentejas.
Llamado a la reflexión: Como pueblo, no podemos conformarnos con medir nuestro progreso por las ganancias económicas mientras nuestra moral se desmorona. Padres, lideremos con el ejemplo. Pastores y líderes comunitarios, enseñemos y formemos en valores. Jóvenes, no vendan su identidad por una moda pasajera. La verdadera prosperidad comienza en el corazón, y solo en Dios encontramos la fuerza para transformar una nación. (Josué 24:15)
Daniel