No pertenezco a la masonería, ni promuevo sus prácticas ni comparto sus postulados filosóficos o simbólicos. Tampoco considero que la masonería constituya una fuente espiritual segura o compatible con la fe cristiana. Sin embargo, el desafío actual en Puerto Rico no radica en la masonería en sí, sino en la forma en que ciertos creyentes, tanto católicos como evangélicos, han respondido al contrato otorgado a una organización masónica para brindar servicios de apoyo a estudiantes en el sistema público. En esencia, lanzo una pregunta a todos los creyentes: ¿se está priorizando la integridad y la coherencia cívico-religiosa sobre la reacción emocional? Este ensayo pretende ser un llamado a un discipulado cívico coherente e invita a una autocrítica que va más allá de la indignación externa para favorecer una reflexión introspectiva y crítica.
La discusión ha adquirido un tono de escándalo moral, como si se tratara de una confrontación absoluta entre el bien y el mal. Sin embargo, lo que realmente se observa es una marcada incongruencia tanto teológica como ciudadana: quienes se presentan como guardianes de la fe no aplican el mismo rigor a los asuntos que inciden de manera significativa en el destino espiritual, político y moral de Puerto Rico. Además, consideremos la controversia reciente sobre la gestión educativa en las escuelas del país, donde políticas críticas fueron pasadas por alto, mientras que otras, más simbólicas que sustanciales, capturaron una atención desproporcionada. Igualmente, el manejo de ayudas postdesastre ha revelado falta de integridad por parte de figuras públicas, generando pocas reacciones de escándalo moral en comparación con temas que involucran a organizaciones no cristianas.
1. Las diferencias doctrinales y su trasfondo
Es fundamental reconocer que entre la Iglesia Católica Romana y la Iglesia Evangélica existen diferencias doctrinales profundas, muchas de ellas irreconciliables. Estas diferencias no son simples matices, sino fundamentos de fe que cada tradición considera esenciales.
Autoridad:
Los católicos creen en la autoridad de la Biblia, la Tradición Apostólica y el Magisterio, compuesto por el Papa y los obispos. Los evangélicos sostienen la doctrina de la “Sola Scriptura”, es decir, que solo la Biblia tiene autoridad suprema.
Existe una contradicción práctica: cuando una organización católica recibe un contrato o acceso a espacios públicos, rara vez se observa protesta por parte de los evangélicos. De manera similar, cuando una organización evangélica participa en proyectos comunitarios, los católicos generalmente no inician campañas de indignación. Surge entonces la pregunta: ¿por qué, cuando el beneficiado es un grupo no cristiano como los masones, se genera un escándalo nacional? ¿La preocupación es realmente moral o responde a criterios variables según la identidad del beneficiario?
Esta reacción revela que el problema no siempre es la pureza espiritual, sino la selectividad del celo. El apóstol Pablo advertía contra ese doble estándar:
“Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas?” (Romanos 2:21, RVR1960).
El celo carente de coherencia se transforma en hipocresía, y el fanatismo presentado como piedad no construye la verdad, sino que la distorsiona.
2. Doctrinas irreconciliables, pero un mismo patrón
Católicos y evangélicos discrepan en casi todos los fundamentos teológicos: la salvación (por fe y obras frente a solo por la fe), la mediación (los santos frente a Cristo como único mediador), el papel de María (veneración frente a honor como sierva), los sacramentos (siete frente a dos ordenanzas simbólicas), el purgatorio (existente frente a inexistente) y la autoridad eclesiástica (centralizada frente a congregacional).
No obstante, ambos sectores presentan comportamientos similares ante la opinión pública. Expresan quejas y escándalo, pero rara vez actúan con propósito o coherencia moral. Protestan de manera conjunta cuando el adversario es externo, pero guardan silencio ante la corrupción, el oportunismo o la manipulación dentro de sus propios ámbitos.
3. La incongruencia moral del discurso religioso
Muchos creyentes expresan alarma ante la posibilidad de que los masones, como organización civil, tengan contacto con estudiantes en las escuelas. Sin embargo, estos mismos padres permiten que sus hijos reciban educación de maestros ateos, promotores de ideologías de género, psicólogos con posturas relativistas o políticos carentes de integridad.
Jesús fue claro al decir:
“¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo?” (Mateo 7:3, RVR1960).
El problema principal no radica en la influencia externa, sino en la ausencia de convicción interna. Aquellos que temen que una logia adoctrine a los niños son, en muchos casos, quienes eligen gobernantes que legislan en contra de la vida, la familia y la libertad religiosa.
4. El verdadero dilema: responsabilidad ciudadana
El objetivo no es defender a la masonería, sino salvaguardar el principio de responsabilidad ciudadana.
Si las iglesias, tanto católicas como evangélicas, han manifestado durante años que el Estado limita su participación, ¿por qué, ahora que el gobierno abre espacios a organizaciones de servicio, reaccionan con indignación?
No es coherente exigir participación y luego escandalizarse cuando otros la ejercen. Si la Iglesia no asume su papel en la formación moral y social, otros ocuparán ese espacio, posiblemente sin compartir los valores cristianos.
El principio de separación entre Iglesia y Estado se establece para asegurar que cada uno funcione independientemente, fomentando tanto la libertad religiosa como garantizando que el Estado no privilegie una religión sobre otra. No fue concebido para excluir a la Iglesia de la esfera pública, sino para evitar que el Estado imponga una religión. En este caso, el gobierno no favorece una fe, sino que contrata servicios. Si la Iglesia aspira a influir, debe hacerlo a través de la excelencia y no mediante la indignación.
Como señaló Alexis de Tocqueville, uno de los grandes pensadores del conservadurismo clásico:
“La libertad no puede establecerse sin moral, ni la moral sin fe.” (de Tocqueville, 1835).
Si la fe no se traduce en acción, la libertad pierde su fundamento.
5. Hipocresía cívica y espiritual
La indignación selectiva se ha convertido en una forma moderna de idolatría moral. Se ataca lo visible y se ignora lo estructural. Jesús denunció este patrón en los fariseos:
“Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe” (Mateo 23:23, RVR1960).
Actualmente, muchos creyentes incurren en el mismo error: se escandalizan por un contrato, pero no muestran la misma preocupación ante la falta de integridad en sus propios líderes o la corrupción gubernamental que toleran cuando les resulta conveniente. Un ejemplo claro de esta ceguera estructural es la inequidad en el financiamiento de la educación, donde los recortes presupuestarios afectan desproporcionadamente a las comunidades más vulnerables, perpetuando un ciclo de desigualdad y falta de oportunidades. Al igual que el descuido de los fariseos por lo importante de la ley, la omisión de justicia social es un grave problema que se mantiene oculto tras una fachada de piedad.
C. S. Lewis lo expresó con precisión:
“De todos los tiranos, el más opresivo es aquel que actúa con la conciencia tranquila creyendo hacer el bien.” (Lewis, 1943).
Ese tirano puede manifestarse tanto en la figura de un político secular como en la de un líder religioso carente de autocrítica.
6. Una llamada a la coherencia
La fe verdadera no se mide por la protesta, sino por la acción coherente. Santiago lo dijo claramente:
“Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras” (Santiago 2:18, RVR1960).
Si la Iglesia en Puerto Rico aspira a influir en la educación, la cultura y el gobierno, debe hacerlo mediante la participación activa, no a través del boicot. La participación activa puede incluir acciones como la defensa de políticas públicas que reflejen valores morales, el voluntariado en programas comunitarios y la colaboración interinstitucional para promover causas de bien común. El temor a la influencia externa evidencia la falta de una influencia propia.
Edmund Burke, otro pilar del pensamiento conservador, escribió:
“El mal triunfa cuando los hombres buenos no hacen nada.” (Burke, 1790).
El verdadero riesgo no reside en la acción de los masones, sino en la pasividad de los cristianos que se limitan a expresar quejas desde los púlpitos o en las redes sociales.
Mi conclusión
Si la Iglesia desea ser sal de la tierra y luz del mundo, debe abandonar la mentalidad de víctima y asumir su papel como referente moral. El Estado no ha cerrado las puertas: las iglesias mismas las han abandonado.
No se trata de aceptar ni promover filosofías opuestas a la fe, sino de demostrar que la fe puede generar excelencia, compasión y servicio al bien común. De no hacerlo, otros ocuparán ese espacio.
Puerto Rico no requiere más denuncias superficiales, sino creyentes coherentes que comprendan que la verdadera batalla espiritual se libra mediante integridad, inteligencia y acción.
Referencias
- Burke, E. (1790). Reflections on the Revolution in France. London: J. Dodsley.
- de Tocqueville, A. (1835). Democracy in America. Paris: Charles Gosselin.
- Lewis, C. S. (1943). The Abolition of Man. London: Oxford University Press.
- Reina-Valera 1960. (1960). La Santa Biblia. Sociedad Bíblica Trinitaria. (Mateo 5:13-14; Mateo 7:3; Mateo 15:8; Mateo 23:23; Romanos 2:21; Santiago 2:18; 1 Timoteo 2:5).