“Pero demasiada ignorancia, amplificada por las redes sociales, puede hacerle creer a un gritón que es estadista, a un polemista que es teólogo, y a un moralista que es conservador.” Prof. Daniel Marte, PhD.
En tiempos donde la velocidad de las redes sustituye la profundidad del pensamiento, y donde los aplausos son moneda de validación, el conservadurismo —esa antigua pero vital corriente de pensamiento, ha sido víctima de un secuestro ideológico en Puerto Rico. No por enemigos externos, sino por simpatizantes internos. Autoproclamados “guardianes de la moral”, muchos de estos nuevos rostros del “conservadurismo criollo” confunden el ruido con doctrina, la indignación con autoridad, y el fundamentalismo con sabiduría.
Este fenómeno no es menor. Representa una amenaza seria para la integridad del pensamiento conservador, tanto en el plano político como en el social y teológico. Se trata de un vacío de contenido ideológico que pretende suplantarse con “performance” y militancia superficial. Y en la práctica, se manifiesta en la incapacidad de distinguir entre conservadurismo, derecha política, cristianismo y nacionalismo; todo revuelto en una sopa doctrinal mal cocinada.
Conservadurismo: Una tradición que exige profundidad
El conservadurismo no es un eslogan. Es una visión filosófica, social y política profundamente arraigada en la historia occidental. Como bien resume Roger Scruton, uno de sus máximos exponentes contemporáneos, el conservadurismo es “la defensa de la civilización contra sus enemigos internos y externos, con base en el amor por lo conocido y la cautela frente a lo novedoso” (Scruton, 2017).
Desde Edmund Burke, padre del conservadurismo moderno, hasta pensadores como Michael Oakeshott, Russell Kirk, y Gertrude Himmelfarb, la tradición conservadora ha sido un llamado a la prudencia política, el respeto por la tradición, el reconocimiento de los límites del hombre y la preservación del orden moral objetivo. Burke, por ejemplo, advirtió contra los entusiasmos revolucionarios del racionalismo abstracto, señalando que el tejido social está compuesto de instituciones que reflejan siglos de experiencia moral acumulada, y que no pueden ser simplemente desmanteladas sin consecuencias (Burke, Reflexiones sobre la Revolución en Francia, 1790).
Nada de esto parece entenderse entre algunos de los que hoy se presentan como “analistas”, “defensores de la patria”, o “líderes provida”. No han leído a Burke, ni a Disraeli, ni a Hooker. Desconocen el pensamiento de José Rafael Carrera, la monarquía católica constitucional de Iturbide, o el magisterio político de León XIII en la encíclica Rerum Novarum. Simplemente se han empoderado a través de videos virales, una que otra lectura superficial y la convicción de que la Biblia es un manual de campaña electoral.
¿Conservadores o populistas moralistas?
En su libro The Reactionary Mind, Corey Robin sugiere que muchos autodenominados conservadores no lo son en términos intelectuales, sino simplemente opositores al cambio progresista. En Puerto Rico, este fenómeno se ha exacerbado. Aquellos que dicen ser “conservadores” en realidad son reaccionarios, no en el sentido filosófico, sino emocional. Reaccionan a todo lo que huela a “progresismo” sin comprender ni el por qué ni el para qué de sus propias posturas.
Peor aún: muchos adoptan una actitud de superioridad moral, creyéndose los únicos custodios de la verdad, mientras insultan, desinforman, e irrespetan a todo aquel que se atreva a pensar con matices. Se burlan de la izquierda por imponer ideología, mientras ellos mismos intentan imponer su visión bíblica sin mediación del derecho, la prudencia o la convivencia democrática. No entienden que conservadurismo no es teocracia, y que el derecho positivo tiene que ser informado por la moral, sí, pero no puede ser una mera imposición religiosa.
La postura conservadora coherente, tal como la definió Russell Kirk, se sostiene sobre principios como:
- Creencia en un orden moral trascendente.
- Apreciación por la variedad y misterio de la existencia humana.
- Convicción de que la propiedad y la libertad están unidas.
- Fe en costumbres, convicciones y prescripciones duraderas.
- Rechazo a la uniformidad impuesta desde el poder estatal.
(Kirk, The Conservative Mind, 1953)
Estos principios brillan por su ausencia en los discursos incendiarios y simplistas de muchos de nuestros “nuevos conservadores”.
El sistema republicano: ¿sabemos cómo funciona?
Uno de los errores más graves que estos pseudoanalistas cometen es la total ignorancia sobre el funcionamiento del sistema republicano de gobierno. Se declaran defensores de la Constitución de EE. UU. y de la libertad, pero no comprenden la separación de poderes, el rol de la legislatura, el debido proceso o el principio de pesos y contrapesos (checks and balances). Creen que todo lo que se oponga a su visión es “traición” o “vendepatria”.
No entienden que el republicanismo no es un sistema para imponer la mayoría moral, sino para proteger al individuo de los abusos del poder, incluso cuando ese poder se reviste de virtuosidad. Como bien enseñó Montesquieu en El Espíritu de las Leyes, “una cosa no es justa porque sea ley. Debe ser ley porque es justa.” Pero para llegar a esa justicia se necesita deliberación, prudencia, legalidad y respeto institucional.
Es irónico que quienes más hablan de “restaurar valores” sean los que más irrespetan a los líderes legítimos, elegidos democráticamente o nombrados conforme a la ley. Se lanzan contra la gobernadora, los jueces o los legisladores con un tono que roza la anarquía. Se olvidan de pasajes bíblicos como Romanos 13:1-2: “Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas.”
Cristianismo político: entre la fe genuina y el uso táctico de la Biblia
Otro grave problema es la manipulación de la religión para fines políticos. Si bien el cristianismo ha influido poderosamente en la historia del pensamiento conservador, particularmente el protestantismo anglosajón, no se puede reducir el conservadurismo a una lectura literalista y partidaria de las Escrituras. Tal lectura no solo es errónea, sino peligrosa.
Jacques Maritain advirtió en Cristianismo y Democracia (1943) que la fe no puede transformarse en una ideología de Estado sin pervertir su esencia. El cristianismo propone un Reino, no una república terrenal. Y si bien el creyente está llamado a incidir en la cultura, lo hace desde la gracia, la verdad y el testimonio, no desde la imposición política.
El resultado de ignorar esta distinción es un liderazgo autorreferencial, que predica moral mientras practica la soberbia. Que condena el pecado del otro mientras tolera el suyo. Que cita la Biblia en campaña, pero se olvida de ella cuando necesita moderar su lenguaje, reconciliar a su comunidad o aceptar la corrección fraterna.
¿Dónde están los verdaderos conservadores?
En medio de este paisaje saturado de protagonismo, sensacionalismo y falsificación doctrinal, cabe preguntarse: ¿dónde están los verdaderos conservadores? Aquellos que, más allá de la trinchera ideológica, aman la verdad, valoran la tradición, defienden las libertades, y actúan con prudencia.
Conservadores que lean. Que estudien. Que entiendan a Burke, a Kirk, a Tocqueville. Que se formen en historia, filosofía política, teología moral, economía de mercado. Que sepan debatir con inteligencia, no con insultos. Que promuevan la virtud, no solo la victoria.
Puerto Rico no necesita más “leones” de cartón. Necesita pensadores, servidores, constructores de futuro. Líderes que entiendan que el poder sin virtud destruye, que el fervor sin sabiduría divide, y que el conservadurismo sin fundamento es solo un disfraz más del caos que decimos combatir.
Más virtud, menos likes
La imagen del burro que se cree león es más que una sátira: es una advertencia. Si seguimos validando el ruido por encima del contenido, la arrogancia por encima del estudio, y la emoción por encima del principio, perderemos no solo la batalla cultural, sino el alma del conservadurismo mismo.
Como escribió Edmund Burke:
“La libertad, si no está unida a la sabiduría y a la virtud, es el mayor de todos los males posibles, porque es locura, vicio y desenfreno.”
Puerto Rico está a tiempo de rescatar una visión conservadora seria, sobria, informada y profundamente cristiana en su espíritu, pero no en su fanatismo. Pero para lograrlo, debemos dejar de aplaudir burros ante el espejo, y empezar a formar leones en la caverna del pensamiento.
Referencias:
- Burke, E. (1790). Reflexiones sobre la Revolución en Francia.
- Scruton, R. (2017). Conservatism: An Invitation to the Great Tradition. All Points Books.
- Kirk, R. (1953). The Conservative Mind. Regnery Publishing.
- Maritain, J. (1943). Christianity and Democracy.
- Robin, C. (2011). The Reactionary Mind. Oxford University Press.
- Montesquieu, C. (1748). El Espíritu de las Leyes.
- Oakeshott, M. (1991). Rationalism in Politics and Other Essays.