El apagón nacional que dejó sin luz a todo Puerto Rico el pasado 16 de abril del 2025 fue más que una falla técnica: fue un espejo. Un reflejo brutal y doloroso de lo que somos y de lo que nos negamos a aceptar. Mientras la indignación se volcaba sobre LUMA, la AEE y el gobierno de turno, muy pocos se atrevieron a hacerse la pregunta que de verdad duele: ¿Y nosotros? ¿Qué hicimos cuando sí tuvimos los recursos? ¿Cómo usamos las oportunidades que llegaron? ¿Por qué seguimos esperando que otros nos resuelvan todo
Los millones llegaron… y se fueron
Después del huracán María en 2017, Puerto Rico recibió más de $43,000 millones en fondos federales para recuperación. Programas como FEMA, CDBG-DR, HUD y fondos de mitigación y reconstrucción canalizaron ayuda directa para viviendas, infraestructura, salud, educación y economía. Luego, durante la pandemia, el programa PUA inyectó $3,400 millones en el bolsillo de miles de puertorriqueños. A eso se sumaron tres cheques de estímulo, subsidios de renta, programas de moratoria y fondos para pequeños negocios.
Era dinero real, tangible, que llegó a millones de ciudadanos. Nunca en la historia moderna habíamos tenido una inyección de fondos federales tan amplia y directa. Era, sin duda alguna, una oportunidad histórica. No solo para recuperarnos de las tragedias naturales, sino para rediseñar nuestra forma de vida. Para invertir en resiliencia. Para establecer una nueva cultura de preparación ciudadana.
¿Y qué vimos? Sam’s, Costco, Walmart y Best Buy explotando en ventas. No de cisternas. No de placas solares. No de inversores ni baterías. No de herramientas de preparación ni resiliencia. Vimos televisores de 55 pulgadas, videojuegos de última generación, ropa de marca, perfumes caros, celulares nuevos, laptops de gaming, carteras de diseñador, consolas, bicicletas eléctricas, scooters, salidas a restaurantes, neveras inteligentes… ¡Y no había luz!
Es necesario repetirlo: esto no es un ataque al derecho de disfrutar. Es una denuncia al descuido colectivo. Se vivió como si la estabilidad estuviera garantizada. Como si la energía, el agua, la seguridad y la infraestructura fueran derechos incondicionales sin importar cuál fuera nuestra acción como ciudadanos. Pero la verdad es otra: la estabilidad se construye. Y cuando se ignora esa verdad, se paga con crisis.
Un ejemplo que da vergüenza a la comodidad
Permítame ser personal. Mi tía es sorda y muda. Durante el huracán María, su casa sufrió daños severos. Podría haberse resignado. Podría haber esperado que el gobierno se encargara de todo. Pero una de sus hermanas decidió hacer lo que muchos no: actuar. Sin conexiones, sin privilegios, sin atajos. Fue oficina por oficina, reunió documentos, llenó formularios, enfrentó trabas burocráticas y perseveró.
No fue fácil. Tomó meses. Hubo frustración. Pero también hubo resultado. Hoy, gracias a esa gestión ciudadana, mi tía tiene un hogar nuevo, con placas solares, baterías, cisterna, filtro de agua y un sistema básico de autonomía. No es lujo. Es dignidad.
Este testimonio es prueba viva de que el sistema, aunque lento, puede funcionar. Que la ayuda existe. Pero hay que buscarla, activarse, luchar por ella. La espera pasiva no transforma realidades. La acción informada y persistente sí lo hace. Mientras algunos esperaban en casa que todo se resolviera por arte de magia, otros se movieron. Esa es la diferencia entre la queja estéril y la acción efectiva.
La informalidad que nos deja sin defensa
Hay una realidad dolorosa que también debe ser enfrentada: miles de familias no pudieron recibir ayudas porque no tenían títulos de propiedad. Viviendas construidas en terrenos heredados informalmente, sin escrituras legales, sin planos registrados. Por generaciones se vivió “de palabra” y con acuerdos familiares no legalizados.
Cuando llegó la ayuda, cuando las agencias pidieron documentos, esas propiedades no existían oficialmente. Y por tanto, fueron descartadas de los programas de asistencia. Aquello que durante años fue considerado normal, incluso culturalmente aceptado, terminó siendo una barrera insalvable.
Este no es un asunto menor. Revela cómo la falta de previsión legal también tiene consecuencias prácticas. No se trata de juzgar el pasado, sino de reconocer que el descuido en los detalles también debilita a la familia. La seguridad jurídica es parte de la preparación. Sin título, no hay ayuda. Sin ayuda, hay abandono. Y sin responsabilidad, no hay futuro.
Protestan por justicia… pero no ayudan en casa
Vivimos una época donde la protesta ha ganado un lugar central. Muchos jóvenes reclaman con razón: que se respete la dignidad humana, que se atienda la pobreza energética, que se trate con respeto a los más vulnerables. Pero esa protesta pierde fuerza cuando se desliga de la realidad inmediata.
Muchos de esos jóvenes viven aún con sus padres. Algunos incluso con sus abuelos. Y sin embargo, mientras marchan por justicia, tienen en sus cocheras vehículos modificados, con aros cromados, sistemas de sonido de miles de dólares, vidrios ahumados, suspensión baja, y pintura personalizada. Celulares de última generación. AirPods. Tatuajes costosos. Juegos de video. Salidas semanales. Suscripciones en plataformas de entretenimiento. Pero cuando se les sugiere aportar para una batería, una planta o una cisterna en su hogar… no hay dinero.
Esta contradicción es preocupante. Porque el compromiso comienza en casa. La coherencia empieza con los tuyos. No se puede exigir al gobierno lo que no se está dispuesto a hacer por la familia.
La Biblia no deja espacio para dudas:
“Si alguno no provee para los suyos, y especialmente para los de su casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo.” (1 Timoteo 5:8)
No se trata de descalificar a la juventud. Se trata de llamarlos a un nivel más alto. De decirles: tu energía, tu voz, tu talento… pueden cambiar el país. Pero solo si primero te haces cargo de lo que te corresponde.
Prepararse no es lujo. Es responsabilidad.
Hay quienes aún dicen: “Eso de placas y cisternas es para los ricos”. Falso. Prepararse se puede hacer por etapas. Hay inversores desde $300. Filtros de agua desde $50. Cisternas de plástico reciclado, sistemas solares modulares. Hay organizaciones comunitarias que ayudan, cooperativas que financian, iniciativas barriales.
El problema no es la falta de recursos. Es la falta de prioridades. Si se puede gastar $150 en unas tenis, se puede ahorrar para un inversor. Si se puede gastar $80 en una salida, se puede invertir en una cisterna. La pregunta no es si puedes, es si quieres. Si entiendes el valor de la preparación. Si aceptas que ser adulto significa prever, no improvisar.
Desde María hasta hoy, hemos tenido advertencia tras advertencia: terremotos, sequías, pandemias, apagones masivos. El que a estas alturas no se ha preparado, es porque ha decidido no hacerlo. No por falta de dinero, sino por falta de conciencia.
La oscuridad más peligrosa no es la que apaga la luz
Nos cuesta hablar de esto porque nos confronta. Porque es más fácil acusar que examinarse. Pero hasta que no entendamos que sin responsabilidad individual no hay nación que se levante, seguiremos en lo mismo. No se trata de eximir al gobierno. Se trata de asumir nuestra parte.
La oscuridad más peligrosa no es la eléctrica. Es la que apaga la conciencia. Es la que nos impide actuar. Es la que se refugia en la queja y se esconde del compromiso.
La reconstrucción de Puerto Rico no se logra solo con fondos. Se logra con ciudadanos conscientes, con jóvenes que decidan invertir en sus familias, con adultos que prioricen la preparación sobre la apariencia, y con comunidades que entiendan que la resiliencia no se delega: se vive.
El tiempo de reaccionar fue ayer. Pero si no lo hicimos, hagámoslo hoy. Antes que el próximo apagón no solo se lleve la luz… sino también la esperanza.

Daniel Marte, PhD
Daniel Marte es un reconocido académico y profesional con una destacada trayectoria en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales. Obtuvo su doctorado (Ph.D.) en la prestigiosa Universidad de Georgetown en Washington, D.C., y cuenta con dos maestrías: una en Administración Pública (M.P.A.) y otra en Administración de Empresas (M.B.A.) de la misma institución. Además, posee una Maestría en Sistemas de Información (M.I.S.) y un Bachillerato en Administración (B.B.A.) de la Universidad de Maryland, College Park.
A lo largo de su carrera, Daniel ha enriquecido su formación académica con certificados ministeriales de instituciones reconocidas, como las Asambleas de Dios, Berean School of the Bible y Global University. Actualmente, se desempeña como profesor en línea en la McCourt School of Public Policy de Georgetown University y el Departamento de Política de NYU-Wilf Family, donde imparte cursos especializados en Ciencias Políticas, Política Internacional y Política en el Medio Oriente.
La pasión de Daniel por la enseñanza se complementa con su dedicación a la investigación y la escritura. Es autor de un libro basado en su tesis doctoral, utilizado como texto de referencia en destacadas universidades de los Estados Unidos, como la National Defense University, National War College, Army War College, American University y la Ford School of Public Policy de la Universidad de Michigan, Ann Arbor.
Con más de 35 años de experiencia combinada en las fuerzas armadas y el Departamento de Estado de los Estados Unidos, Daniel ha trabajado en seguridad nacional e inteligencia, además de servir como asesor para los comités de inteligencia y defensa del Congreso de los Estados Unidos, abarcando tanto la Cámara de Representantes como el Senado.
Elizabeth Marte
Elizabeth, esposa de Daniel, es una destacada profesional de la salud con una sólida carrera en enfermería. Obtuvo su Bachillerato en Ciencias de la Enfermería (BSN) en la Universidad Interamericana de Puerto Rico y ha acumulado una vasta experiencia como enfermera registrada (RN) en hospitales y centros de diálisis. Actualmente, se encuentra en el proceso de comenzar sus estudios doctorales en Psicología Clínica (PsyD.) en la Universidad Albizu.
Compromiso con la comunidad y la fe
Daniel y Elizabeth son miembros activos de la Iglesia Movimiento Avivamiento Mundial (M.A.M.) en el Barrio Guerrero de Isabela, Puerto Rico, donde colaboran bajo la guía del Pastor Gabito Rodríguez. Su participación en esta comunidad de fe refleja su dedicación a integrar la espiritualidad y el servicio en todas las facetas de sus vidas, fortaleciendo tanto su compromiso académico como su ministerio.