“Y en tiempos donde el mundo necesita claridad moral y cohesión institucional, no podemos confundir corazón con misión, ni desobediencia con virtud.” Prof. Daniel Marte, PhD.
Como veterano que tuvo el privilegio de comandar hombres destacados en las fuerzas especiales, específicamente en el 7th y 10th Special Operations Groups (Green Berets), no escribo estas líneas desde la especulación, sino desde la experiencia vivida del liderazgo militar. La reciente suspensión de la coronel puertorriqueña Sheyla Báez Ramírez, comandante de la base de Fort McCoy, ha desatado un debate necesario sobre el alcance de la obediencia y el delicado equilibrio entre disciplina y conciencia profesional.
Según se ha reportado, Báez Ramírez fue suspendida tras retirar, o más precisamente, voltear contra la pared, los retratos del presidente Donald Trump, el vicepresidente JD Vance y el secretario de Defensa Pete Hegseth, negándose a exhibirlos como parte del tradicional “muro de cadena de mando”. Aunque esto puede parecer un acto simbólico menor, dentro del entorno militar representa una ruptura con una práctica formal que manifiesta públicamente la estructura jerárquica de autoridad dentro del Departamento de Defensa.
Esta decisión ha sido interpretada por sus superiores como insubordinación y justificación para su suspensión. Pero detrás del acto se esconde una pregunta profunda: ¿Debe un comandante obedecer siempre, aún en desacuerdo? ¿Cuándo la obediencia deja de ser virtud para convertirse en traición al deber moral?
La disciplina militar no es obediencia ciega, pero tampoco es sentimentalismo
El sistema militar no forma robots, pero tampoco entrena activistas emocionales. No se espera que el militar sienta simpatía por cada orden recibida, ni se le exige adhesión emocional al comandante en jefe. La disciplina es un código de conducta profesional, no un acto de convicción sentimental. El corazón no es el motor de la obediencia; la misión lo es.
Obedecer no es validar emocionalmente; es cumplir con la estructura que permite la ejecución efectiva del deber. Cuando se permite que el desacuerdo personal determine qué reglas se siguen y cuáles se ignoran, se rompe el principio rector de la cohesión de mando. Y sin cohesión, no hay unidad ni efectividad.
Fundamento legal: hasta dónde llega la obediencia
El Uniform Code of Military Justice (UCMJ) establece claramente en el Artículo 92 que la desobediencia de una orden legal puede conllevar cargos penales. Sin embargo, también se reconoce que una orden “manifiestamente ilegal” no solo puede, sino debe ser desobedecida. Esta distinción es vital y ha sido confirmada por precedentes históricos y jurisprudencia internacional.
Los Juicios de Núremberg (1945-1946) establecieron uno de los principios legales más importantes para el mundo militar moderno: el hecho de que una persona haya actuado siguiendo órdenes no lo exime de responsabilidad si esas órdenes fueron evidentemente ilegales. El principio quedó reflejado en el Principio IV de Núremberg:
“El hecho de que una persona haya actuado conforme a una orden de su Gobierno o de su superior no la exime de responsabilidad conforme al derecho internacional, siempre que una elección moral fuera posible.”
Este principio fue recogido en documentos fundamentales del derecho de guerra, como el Manual de Campo del Ejército de EE.UU. FM 27-10, que dice expresamente en la Sección 509:
“Un miembro de las fuerzas armadas tiene la obligación de obedecer órdenes legales. Tiene igualmente el deber de no obedecer órdenes ilegales, especialmente aquellas que impliquen la comisión de crímenes de guerra.”
Adicionalmente, los Convenios de Ginebra de 1949, junto con sus protocolos adicionales, consagran el deber de proteger la dignidad humana aún en tiempos de guerra, reiterando que la obediencia a órdenes no justifica la participación en actos ilegales.
¿Qué ocurrió realmente en Fort McCoy?
En el caso de la coronel Báez Ramírez, no parece haber existido una orden ilegal. El protocolo de exhibir la cadena de mando no constituye una violación ética ni jurídica, sino una formalidad administrativa. Esto nos obliga a considerar otra dimensión: la objeción moral y política de un comandante frente a sus superiores civiles.
En los Estados Unidos, la subordinación del poder militar al poder civil es un principio sagrado del sistema democrático. El presidente, como comandante en jefe, no necesita ser popular entre los militares. Basta con que sea legítimamente electo. La exhibición de su retrato, así como el del resto de los líderes civiles de la defensa, no es un homenaje personal sino una declaración de estructura de poder constitucional.
Si bien la coronel Báez puede haber tenido reservas políticas o morales hacia los individuos en cuestión, su rol como oficial activo no le otorga el derecho de reinterpretar o ignorar las normas establecidas por capricho personal. La línea entre objeción de conciencia y desobediencia formal es fina, pero en este caso, a falta de una orden ilegal o una violación clara de derechos humanos, parece haber sido cruzada.
¿Qué ocurre cuando la obediencia se convierte en una opción?
La estructura de mando militar no es un ideal abstracto; es una realidad operativa. Cuando un oficial decide obedecer solo ciertas órdenes según su criterio personal, sin que exista ilegalidad de por medio, envía un mensaje destructivo a sus subordinados: que la obediencia puede ser selectiva, y que el estado emocional o la afinidad ideológica pueden sustituir la norma.
Pongamos un ejemplo práctico: si un comandante de base decide que no colocará la imagen del comandante en jefe por objeciones personales, ¿qué le impide a un sargento decir que no usará el uniforme reglamentario porque no le agrada el diseño? ¿O que un oficial de inteligencia se niegue a entregar informes clasificados porque desconfía de la política exterior del gobierno en turno?
Imaginemos que un teniente ordena a su pelotón asistir a una ceremonia oficial, una actividad común en bases militares, pero uno de sus soldados responde: “No asistiré, porque no creo en el mensaje que se va a dar, y usted tampoco siguió una orden del alto mando, así que yo también actuaré por mi conciencia”. ¿Cómo se mantiene ahí la disciplina? ¿Dónde queda la cadena de mando?
El colapso sería inmediato. Sin cohesión, una unidad militar se convierte en un grupo de individuos dispersos, cada uno con su propia agenda. La seguridad, la eficiencia operativa y hasta la vida de los compañeros dependen de que cada engranaje funcione bajo un mismo marco de reglas. El liderazgo no puede ser predicado con la palabra y negado con el ejemplo.
Como bien expresa el Army Leadership Doctrine (ADP 6-22):
“Los líderes del Ejército deben representar los valores del Ejército a través de sus acciones personales. La autoridad moral de un líder se erosiona rápidamente cuando su conducta contradice los principios que exige a los demás.”
¿Y si el presidente no es ejemplo a seguir?
Es una objeción válida y común: “¿Por qué debo respetar al comandante en jefe si no es un ejemplo moral o si ha sido acusado de violar la Constitución?” Esta preocupación puede ser compartida por muchos ciudadanos, incluso por miembros del servicio. Pero aquí es donde la distinción entre el sistema constitucional y las simpatías personales se vuelve crucial.
El respeto institucional no se basa en la virtud personal del líder, sino en la legitimidad de su elección y el marco constitucional que representa. En una república democrática como los Estados Unidos, no obedecemos a personas por su carisma ni por su perfección moral, sino por el cargo que ocupan, elegido conforme a la ley.
Si un presidente, sea Trump, Biden o cualquier otro, violase la Constitución, el proceso para remediar esa situación no es la insubordinación militar, sino el orden constitucional: el Congreso, los tribunales, y en última instancia, el pueblo mediante el voto. El rol de los militares no es juzgar la moralidad del mando civil, sino respetar su legitimidad mientras no se emitan órdenes ilegales.
Además, el riesgo de permitir que los militares determinen cuándo un presidente es o no “digno de obediencia” según estándares personales o políticos abre la puerta al colapso del principio civilista del gobierno. Sería un camino hacia la militarización de la política y una amenaza directa a la democracia.
El juramento que hace cada soldado y oficial no es a un individuo, sino a la Constitución de los Estados Unidos. Si hay una ruptura constitucional, hay procesos legales para corregirla. Pero mientras el sistema esté vigente, la estructura de mando debe ser respetada para que la nación no se precipite al caos.
Reflexión
En el corazón de cada líder militar hay un sentido de justicia. Pero ese sentido no puede operar fuera del marco legal e institucional que nos protege a todos. La disciplina, cuando se comprende bien, es un acto de humildad: aceptar que servimos a algo más grande que nuestra opinión.
La historia honra a los que desobedecen órdenes ilegales. Pero también exige que seamos claros: el desacuerdo político no es equivalente a una crisis ética. Voltear una fotografía por motivos de disgusto no es heroísmo moral, es una declaración de preferencia personal convertida en insubordinación.
Como comandante que fui, sé que los sentimientos son reales, pero el uniforme no se lleva en el corazón: se lleva en el deber. Y en tiempos donde el mundo necesita claridad moral y cohesión institucional, no podemos confundir corazón con misión, ni desobediencia con virtud.

Daniel Marte, PhD
Daniel Marte es un reconocido académico y profesional con una destacada trayectoria en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales. Obtuvo su doctorado (Ph.D.) en la prestigiosa Universidad de Georgetown en Washington, D.C., y cuenta con dos maestrías: una en Administración Pública (M.P.A.) y otra en Administración de Empresas (M.B.A.) de la misma institución. Además, posee una Maestría en Sistemas de Información (M.I.S.) y un Bachillerato en Administración (B.B.A.) de la Universidad de Maryland, College Park.
A lo largo de su carrera, Daniel ha enriquecido su formación académica con certificados ministeriales de instituciones reconocidas, como las Asambleas de Dios, Berean School of the Bible y Global University. Actualmente, se desempeña como profesor en línea en la McCourt School of Public Policy de Georgetown University y el Departamento de Política de NYU-Wilf Family, donde imparte cursos especializados en Ciencias Políticas, Política Internacional y Política en el Medio Oriente.
La pasión de Daniel por la enseñanza se complementa con su dedicación a la investigación y la escritura. Es autor de un libro basado en su tesis doctoral, utilizado como texto de referencia en destacadas universidades de los Estados Unidos, como la National Defense University, National War College, Army War College, American University y la Ford School of Public Policy de la Universidad de Michigan, Ann Arbor.
Con más de 35 años de experiencia combinada en las fuerzas armadas y el Departamento de Estado de los Estados Unidos, Daniel ha trabajado en seguridad nacional e inteligencia, además de servir como asesor para los comités de inteligencia y defensa del Congreso de los Estados Unidos, abarcando tanto la Cámara de Representantes como el Senado.
Elizabeth Marte
Elizabeth, esposa de Daniel, es una destacada profesional de la salud con una sólida carrera en enfermería. Obtuvo su Bachillerato en Ciencias de la Enfermería (BSN) en la Universidad Interamericana de Puerto Rico y ha acumulado una vasta experiencia como enfermera registrada (RN) en hospitales y centros de diálisis. Actualmente, se encuentra en el proceso de comenzar sus estudios doctorales en Psicología Clínica (PsyD.) en la Universidad Albizu.
Compromiso con la comunidad y la fe
Daniel y Elizabeth son miembros activos de la Iglesia Movimiento Avivamiento Mundial (M.A.M.) en el Barrio Guerrero de Isabela, Puerto Rico, donde colaboran bajo la guía del Pastor Gabito Rodríguez. Su participación en esta comunidad de fe refleja su dedicación a integrar la espiritualidad y el servicio en todas las facetas de sus vidas, fortaleciendo tanto su compromiso académico como su ministerio.