“Mientras no recuperemos la virtud cívica, ningún proyecto político, por más “conservador” que se llame, podrá prosperar. Porque el conservadurismo no comienza en un partido, sino en el corazón y la mente de cada ciudadano que ama el orden, la verdad y la libertad.” – Daniel Marte, PhD.
El conservadurismo: más que una ideología, una actitud moral y filosófica
El conservadurismo no es una ideología en el sentido estricto del término, sino una disposición moral y una filosofía práctica ante la vida, la sociedad y el cambio. Edmund Burke, considerado su padre moderno, lo definió como la defensa del orden natural, la tradición y la prudencia frente a la tentación de las revoluciones y los experimentos sociales. En su obra Reflexiones sobre la Revolución Francesa (1790), Burke advirtió que destruir las instituciones heredadas en nombre de ideales abstractos era abrir la puerta al caos y la tiranía.
El conservadurismo no se opone al progreso, sino al progreso sin raíces. Es decir, no rechaza el cambio, pero insiste en que este debe ser gradual, prudente y en armonía con la experiencia acumulada de las generaciones pasadas. El conservador entiende la sociedad como un pacto entre los muertos, los vivos y los que están por nacer.
El pensador estadounidense Russell Kirk, uno de los más influyentes del siglo XX, resumió el conservadurismo en seis principios fundamentales:
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Creencia en un orden moral trascendente: la sociedad no puede sostenerse sin reconocer que existe un orden superior a las leyes humanas.
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Aprecio por la costumbre, la convención y la continuidad.
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Fe en el principio de la prudencia: las decisiones deben tomarse considerando sus consecuencias a largo plazo.
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Respeto por la variedad y el misterio de la existencia humana.
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Convicción de que la libertad y la propiedad privada son inseparables.
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Reconocimiento de que el cambio, para ser beneficioso, debe conservar aquello que da sentido y estabilidad.
En otras palabras, el conservadurismo no busca regresar al pasado, sino preservar lo valioso del pasado para construir un futuro ordenado y libre.
Escuelas del pensamiento conservador
Dentro del conservadurismo existen diversas escuelas, que comparten principios comunes, pero difieren en énfasis o aplicación:
a. Conservadurismo tradicionalista
Inspirado por pensadores como Edmund Burke y T. S. Eliot, esta corriente sostiene que las instituciones sociales, religiosas y familiares son pilares fundamentales del orden moral. Defiende la fe cristiana como guía de la vida pública y considera la familia como la célula básica de la sociedad.
El tradicionalista valora la cultura, la educación clásica, la autoridad moral y la continuidad histórica. En América Latina, su equivalente puede verse en los movimientos católicos y en pensadores como Jaime Balmes o Juan Donoso Cortés.
b. Conservadurismo liberal o liberal-conservadurismo
Combina el respeto por las tradiciones con la defensa de las libertades individuales y el libre mercado. Es la corriente predominante en el Reino Unido (por ejemplo, Margaret Thatcher) y en Estados Unidos (Ronald Reagan).
Promueve la iniciativa privada, la responsabilidad individual y un Estado limitado, pero reconoce el papel del gobierno en garantizar el orden y la justicia.
c. Neoconservadurismo
Nace en Estados Unidos en la década de 1970 como respuesta al relativismo moral y al debilitamiento del patriotismo. Sus exponentes, como Irving Kristol, defendieron la idea de una política exterior fuerte y la moral tradicional como base de la vida cívica. Se enfoca más en los valores culturales y en el rol de Estados Unidos como defensor de la libertad en el mundo.
d. Conservadurismo social
Destaca la defensa de la vida, la familia y la moral pública. En América Latina, suele confundirse con la religión, pero su fundamento filosófico es más amplio: la idea de que existen normas morales objetivas, no sujetas a votación popular. El conservador social cree que la libertad sin virtud degenera en libertinaje.
e. Conservadurismo nacional
Se enfoca en la soberanía, la identidad cultural y el sentido de pertenencia a una nación. Enfatiza la importancia del orden, la seguridad y la cohesión social. En Puerto Rico, esta corriente choca con la realidad de la dependencia política y económica de Estados Unidos, generando debates sobre identidad, valores y destino nacional.
Escuelas económicas dentro del conservadurismo
El pensamiento conservador en economía es diverso, pero tiene un punto común: la desconfianza hacia el Estado como motor del progreso. Se reconoce que la libertad económica debe acompañarse de responsabilidad moral.
a. Escuela clásica y liberal
Basada en Adam Smith y David Ricardo, defiende el libre mercado, la competencia y la mínima intervención estatal. La prosperidad, según esta visión, surge del esfuerzo individual y del respeto a la propiedad privada.
b. Escuela austriaca
Representada por Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, esta corriente resalta el papel del conocimiento individual y la imposibilidad de planificar una economía centralmente. Hayek advirtió en Camino de servidumbre (1944) que el control estatal conduce inevitablemente a la pérdida de la libertad.
c. Escuela ordoliberal (alemana)
Surge en la posguerra con economistas como Wilhelm Röpke. Propone un Estado fuerte en lo jurídico, pero limitado en lo económico. El Estado debe garantizar la competencia justa, evitar monopolios y proteger la libertad de los ciudadanos frente a abusos tanto del gobierno como del mercado.
d. Escuela social de mercado
Inspirada también por Röpke y Müller-Armack, busca combinar libertad económica con justicia social. Este modelo, adoptado por Alemania Occidental tras la Segunda Guerra Mundial, demuestra que la economía puede ser libre sin abandonar la responsabilidad moral ni la solidaridad.
En resumen, el conservador económico no idolatra el mercado, pero tampoco confía en el Estado como salvador. Cree que la libertad económica solo florece donde hay virtud moral y respeto a la ley.
El conservadurismo en el contexto puertorriqueño
En Puerto Rico, el término “conservador” se ha usado con ligereza, y muchas veces con carga religiosa o partidista. Sin embargo, el verdadero conservadurismo va mucho más allá de la afiliación política o la militancia religiosa.
El conservadurismo, en su esencia, implica orden, responsabilidad, tradición, respeto institucional y libertad moral. En la práctica política puertorriqueña, varios factores dificultan que este pensamiento eche raíces profundas:
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El clientelismo político: la dependencia del Estado ha generado una cultura donde los ciudadanos esperan beneficios en lugar de asumir responsabilidad cívica.
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La confusión entre religión y política: muchos autodenominados conservadores reducen el conservadurismo a temas morales (aborto, matrimonio), ignorando su fundamento filosófico, institucional y económico.
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El populismo: la política local premia el discurso emocional sobre el argumento racional. El conservador, por naturaleza prudente y analítico, suele ser visto como “frío” o “elitista”.
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La falta de formación cívica y filosófica: en las escuelas y universidades no se enseña el pensamiento político clásico, lo que genera una ciudadanía sin marco conceptual para entender qué es ser conservador.
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La dependencia federal: el modelo territorial limita la expresión de un conservadurismo pleno, pues el orden político y económico depende en gran medida de decisiones externas.
En este contexto, el desafío es enorme. Puerto Rico no necesita “partidos conservadores” de nombre, sino ciudadanos formados en los valores del orden, la virtud, la libertad y la responsabilidad moral. Solo así el conservadurismo podrá florecer como una cultura y no como una consigna.
Conclusión: el reto de volver a las raíces
Ser conservador, en última instancia, no es un título ni una bandera partidista. Es una forma de ver la vida con humildad, gratitud y sentido moral. Es reconocer que la civilización no se sostiene en ideologías, sino en virtudes.
El verdadero conservador puertorriqueño no debe imitar modelos extranjeros ni limitarse a consignas religiosas. Debe estudiar, comprender y aplicar los principios que han hecho florecer las naciones libres: el respeto a la ley, la propiedad, la familia, la religión, la educación clásica y el carácter moral del individuo.
Mientras no recuperemos la virtud cívica, ningún proyecto político, por más “conservador” que se llame, podrá prosperar. Porque el conservadurismo no comienza en un partido, sino en el corazón y la mente de cada ciudadano que ama el orden, la verdad y la libertad.
Referencias
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Burke, E. (1790). Reflections on the Revolution in France. London: J. Dodsley.
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Kirk, R. (1953). The Conservative Mind: From Burke to Eliot. Chicago: Henry Regnery.
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Hayek, F. A. (1944). The Road to Serfdom. University of Chicago Press.
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Kristol, I. (1978). Two Cheers for Capitalism. New York: Basic Books.
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Röpke, W. (1944). Civitas Humana: A Humane Order of Society. London: Routledge.
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Oakeshott, M. (1962). Rationalism in Politics and Other Essays. London: Methuen.
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Nisbet, R. (1986). Conservatism: Dream and Reality. Minneapolis: University of Minnesota Press.


